Todo sucedió un frío 23 de enero de 1949. El hambre y la pobreza de la posguerra está presente en toda España y sobre todo, en las provincias más rurales donde miles de personas subsisten gracias a los comedores benéficos regentados por religiosas. Entre estos lugares está la Institución Benéfica de San José, en Olivenza, pequeño pueblo de la provincia de Extremadura. En la institución pacense hay muchas niñas hospedadas y al mediodía, los más pobres de los alrededores acuden hasta allí con la intención de llevar algo caliente hasta sus estómagos. Leandra Rebollo, la cocinera del hospedaje, no está hoy de buen humor. Las donaciones a la institución en los últimos días han sido prácticamente inexistentes y se encuentra ante la tristeza de tan solo tener tres tazas de arroz (750 grs) para verter en la enorme olla. Hoy los pobres no comerán y para las niñas internas, apenas llegará para engañar sus estómagos. Mientras vierte el arroz en la olla, le viene a la mente la imagen del beato Fray Juan Macías, místico natural de Ribera del Fresno, pueblo cercano donde había nacido la propia Leandra y a la vez que pronunciaba las palabras: Hoy, beato, los pobres sin comida

El milagro de la multiplicación del arroz de Olivenza

Dejando el arroz cociendo, salió de la cocina para realizar otras tareas y al rato, cuando volvió para moverlo un poco, quedó totalmente perpleja ante lo que había sucedido: la enorme olla en la que estaba cocinando su exigua cantidad de arroz, se encontraba totalmente llena, aunque no se había derramado ni un solo grano. Esto, era totalmente imposible, Leandra era una cocinera experta y sabía muy bien que con la cantidad de arroz que había introducido, al engordar, no habría superado más de una cuarta parte de la olla. Leandra salió nerviosa en busca del sacerdote para relatarle lo ocurrido, pero el cura se encontraba ausente, aunque la madre de éste acudió para comprobar lo que le había narrado Leandra. Todavía estupefactas por el milagroso hecho, distribuyeron el arroz de la primera olla en otra similar, porque tal cantidad no habría podido cocer bien en una sola. Ante el revuelo montado en la cocina, otras mujeres de la comunidad acudieron prestas y fueron también testigos de lo que continuó ocurriendo. Ante sus ojos, observaron como el arroz de ambas ollas volvió a crecer hasta dejarlas de nuevo rebosantes. Algunas de ellas salieron a las calles de Olivenza al grito de “¡Milagro, milagro!”, y la noticia corrió como la pólvora en toda la localidad.

Por causa del nerviosismo y el estupor,  a la cocinera se le olvidó condimentar el cocido, añadir más agua y templar el fuego de carbón, pese a todo esto, según testimonio de los posteriores comensales, aquel plato fue el arroz más sabroso que habían probado en su vida. La multiplicación del arroz tuvo lugar durante cuatro horas y, donde en un principio tan solo había cantidad para mal alimentar a las niñas del hospedaje, comieron más de trescientos comensales, muchos de ellos llegados incluso de las poblaciones cercanas, que corrieron hasta allí cuando se enteraron de la prodigiosa noticia. Muchos comieron el arroz muchas horas después de haber sido cocinado y pese a ello, el arroz se mantuvo en su punto exacto, como si estuviese recién cocinado. Los prodigiosos hechos no tardaron en llegar, vía Obispado de Badajoz, al vaticano. El papa Pío XII puso en marcha dos comisiones de investigación; una a cargo del dominico Benito Gangoiti y otra constituida por un tribunal del propio Obispado de Badajoz. Muestras del milagroso arroz fueron enviadas a analizar a diferentes laboratorios de Valencia, donde los peritos tan solo llegaron a la conclusión de que aquel era arroz normal y corriente, y que con la cantidad de 750grs inicial, en ningún caso se podría haber superado un volumen de más de 2,5 litros tras la cocción. Se investigaron las declaraciones de Leandra, en las que contaba que veía como cuando removía el arroz, surgían del interior de la olla nuevos granos crudos. Según un segundo análisis pericial llevado a cabo por el profesor Giovanni Petrocini, director del Instituto de Química de Perusa, y por el profesor Angelo Bianchi, director del Instituto Universitario del Cultivo del Cereal en Roma, aquel arroz, tras más de cuatro horas de cocción, debería haber estado hecho una pasta, y como he contado más arriba, el arroz estaba en perfectas condiciones. Pese a las decenas de testigos que vieron con sus propios ojos el milagro y pese a las pruebas periciales que señalaban que no hubo ningún truco aquel día. El vaticano tardó más de veinticinco años en pronunciarse al respecto, admitiendo al fin que aquello fue un prodigio divino, tan solo comparable al de la multiplicación de los panes y los peces de las sagradas escrituras.

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Hasta el día de hoy, la multiplicación del arroz de Olivenza es el único milagro de esta índole reconocido por la iglesia y fue el hecho que llevó a la canonización del Fray Juan Macías en el año 1975, aunque hay testimonio que ya en el 1837, el papa vigente Gregorio XVI lo beatificó basándose en diversos prodigios y milagros que fueron documentados.